sábado, 12 de febrero de 2011

Alta costura y alta cultura


En la conferencia “Alta costura y alta cultura” Bourdieu nos presenta la similitud en el funcionamiento entre el campo de producción de indumentaria de lujo y el campo de producción de bienes de cultura legítima. El sociólogo francés hace referencia al campo de la alta costura con el objetivo de ejemplificar el juego y las estrategias que se suscitan entre los poseedores de la legitimidad y los recién llegados.


De acuerdo con Bourdieu, los dominantes lo son porque han construido una firma que es reflejo de su consagración y prestigio. Así pues, la legitimidad de los bienes producidos por la alta costura y los de la alta cultura estriba en el capital específico que poseen.


Entonces, es posible decir que formar parte de un campo selecto y dominante tiene mucho que ver con lograr amasarse una buena suma de capital simbólico. De modo que, aunque en un principio el valor simbólico de un bien se sustenta en su valor económico, social y cultural, al mismo tiempo, su existencia incrementa el capital económico, social y cultural con que cuenta su creador.


Bourdieu nos muestra una visión social de la cultura que podría relacionarse con una versión más flexible del marxismo, donde los individuos no son determinados totalmente por el capital específico del que son dueños (que no se limita al capital económico), sino que tienen la oportunidad de jugar con él. Siguiendo con el campo de la alta costura, el modisto español Cristóbal Balenciaga representa lo anterior. A pesar de ser hijo de un pescador, las enseñanzas de su madre (que era costurera) y las relaciones que esta tenía con una mujer de alta sociedad le permitieron sobrepasar sus limitaciones financieras y convertirse en una figura de gran renombre en la historia de la alta costura.

El caso de Balenciaga hace evidente mucho de lo que plantea Bourdieu. El diseñador emprendió el camino a la consolidación de su firma cuando la marquesa de Casa Torre accedió a portar sus vestidos y a ser su mecenas. En este caso, el portador le confiere (en cierta medida) a la prenda y a su creador sus valores propios, entonces todo adquiere un nuevo significado.


La maestría en la confección de sus piezas, la selecta clientela que vestía sus diseños (princesas, aristócratas y millonarias), la discreción y misterio que envolvían su personalidad y la inaccesibilidad de sus productos permitieron que Balenciaga fuera la firma más cara de París a pesar de que nunca accedió a hacerse publicidad en la prensa. Muchas mujeres deseaban ser dueñas de un Balenciaga para formar parte del grupo de “las seleccionadas”, que a su vez implicaba que tenían el suficiente poder adquisitivo y social. Lo mismo sucede con la alta cultura, quienes tienen acceso a ella manifiestan su poder económico, social y cultural. El encanto de los bienes se basa en que son raros e inaccesibles, al dejar de serlo pasan a formar parte lo popular y común.


Balenciaga fue un protector fiel del campo, a pesar de que en los años cincuentas muchos de los diseñadores de alta costura comenzaron a producir prêt-à porter (producción en serie), él jamás quiso caer en lo que consideraba “prostitución”. Así, Balenciaga refuerza la afirmación de Bourdieu cuando dice que “lo que crea el poder del productor es el poder del campo”.

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