El autor destaca la necesidad de indagar acerca de las distintas condiciones y circunstancias históricas que dieron origen a la existencia de una esfera cultural autónoma y de “especialistas” en la producción simbólica que a su vez emiten ciertos juicios sobre la cultura de masas. Esto a través del análisis de a) las distintas “profesiones” culturales; b) la emergencia de instituciones especializadas en la cultura y en estilos de vida de los “especialistas” y c) la expansión de “industrias culturales” y de un mercado de bienes simbólicos que dio lugar a la “cultura de masas”. La estrategia para tal propósito será revisar tres distintos enfoques que han centrado su interés uno por el lado en la producción de la cultura y los otros dos desde el punto de vista del consumo.
El enfoque de la producción cultural, si bien de tipo sociológico, está íntimamente ligado a la disciplina económica. Esta perspectiva sostiene que la intensa producción “en masa”, el consiguiente consumo de igual forma, así como la mercantilización creciente de otras áreas de la vida representa una amenaza para la cultura. La crítica neo-marxista incluso apunta que la lógica de la producción capitalista de forma masiva tendría como consecuencia la extensión de una sociedad de masas. Las actividades que no relevan del trabajo, como las culturales, se verían regidas por una racionalidad instrumental y la lógica mercantil, estandarizándose como cualquier otro bien económico. Se habla entonces de una cultura manufacturada en la que la “alta cultura” (literaria, por ejemplo) se vería desplazada por una cultura de masa (que busca el prestigio más que el conocimiento) y la recepción sería apreciada por su valor de intercambio. Esta cultura de masa es considerada como “artificial” y su origen es explicado por la publicidad. En la actualidad este debate sobre la “alta cultura” vs la “cultura de masas” ya no despierta tantas pasiones, e incluso se critica a sus proponentes por elitistas y por dejar de lado las diferenciaciones sociales complejas, y la manera en que las mercancías producidas en masa son personalizadas y apropiadas de manera crítica.
Tales críticas hacen resaltar la importancia del consumo, es decir, del uso y recepción diferenciados de los bienes culturales en varias prácticas. De igual manera, la visión sobre las culturas populares ha cambiado: ahora éstas se encuentran revalorizadas. Las investigaciones antropológicas sobre el consumo son ilustrativas en este sentido ya que aportan la evidencia sobre un uso de los bienes como marcadores de límites y diferencias entre grupos sociales. Tales marcadores pueden ser de exclusión, de distinción de clase y posición en la sociedad. En las sociedades se pueden presentar ya sea una tendencia de desdibujamiento gradual de las barreras que restringen la producción de nuevos bienes o bien, al contrario, una tendencia de restricción y control en la creación de nuevas mercancías culturales. En algunas sociedades existe un sistema de equivalencias estable entre los estatus sociales y los bienes culturales, en tanto que otras se rigen por la moda, siempre cambiante pero el acceso a los bienes también es restringido. La imposibilidad de los intelectuales consolidados de mantener la estabilidad de las jerarquías simbólicas provoca una “desclasificación” cultural que abre el camino a la emergencia del interés por las culturas populares, supuestamente más igualitarias y democráticas.
El otro enfoque sobre el consumo se distingue del anterior en que éste no centra su interés en el modo de consumo sino en la “demanda” de estos bienes para consumirlos. Es un enfoque de tipo psicogenético centrado en el “deseo” motivado por la búsqueda de placer, la pobreza, la expresión personal y la autorealización a través de los bienes. En el fondo, es una idea que se funda en el romanticismo de las clases medias y su consumo. Un ejemplo es la idealización de la naturaleza y la nostalgia melancólica de la vida en el campo cuyo origen puede ser rastreado en el siglo de las luces (S. XVIII). En esos tiempos en el contexto inglés comenzaron a estrecharse las distancias sociales y a liberarse de formalidad las relaciones intraclases, sobre todo en Londres con el establecimiento de la esfera pública. Este movimiento de democratización del intercambio cultural y de la diferenciación de la cultura entre los diferentes grupos sociales formaba parte de un proceso de largo plazo. Por un lado, la cultura de los estratos más bajos se apreciaba por su exoticidad por la burguesía, y por otro se iba cada vez más poniendo en cuestión la cultura “civilizada” clásica de las Cortes y la aristocracia.
En resumen, la propuesta del autor es considerar el desarrollo de una esfera cultural dentro de un proceso más largo en el que el poder potencial de los especialistas de la producción simbólica aumentó, lo cual condujo a dos situaciones contradictorias: por un lado mayor autonomía del conocimiento así producido y la monopolización de la producción y el consumo junto con una mayor exclusión. Los procesos descritos con anterioridad dieron lugar tanto a la autonomía como la heteronomía de la esfera cultural. Cambiaron los equilibrios de poder y las interdependencias entre los diferentes grupos. La demanda por los bienes culturales pudo haberse incrementado con el cambio hacia un modelo meritorio de sociedad donde crece el acceso a la educación superior. Existe una relación dinámica entre el mercado y los intelectuales: no obstante éstos defiendan su autonomía respecto del primero, la verdad es que en ciertos aspectos dependen de él para realizarse como intelectuales. La valoración de la alta cultura y la devaluación de la cultura popular es función de las interdependencias y los cambios en la distribución del poder entre los especialistas de la producción simbólica y los de la economía.
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